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José tiene 29 años, acabó los estudios de ingeniería industrial hace unos años. Desde hace tres años formó una familia a la que se sumó un niño de ya dos años de edad. El trabajo le exige a diario durante 8 horas en la oficina, pero varias horas más ya en casa donde tiene que pensar como solucionar los pendientes del día siguiente en el laburo. Las tres horas diarias que le demanda el transporte para movilizarse de su hogar a su centro de trabajo hacen que el tiempo real para poder dedicarle a su familia se vea drásticamente reducido. José últimamente siente que su trabajo no lo llena, que no satisface sus expectativas más hondas; que trabaja para otros que acumulan dinero a partir de los informes y proyectos que realiza junto a otros compañeros de trabajo, que su patrón por algún privilegio del cielo disfruta de casi la totalidad de esas “ganancias”. Desde niño siempre oyó decir que, si trabajaba duro y bastante lograría algún día hacerse rico, acceder a los privilegios del cielo y no trabajar más. Por ello a veces se culpa de que después de varios años de trabajo intenso no se encuentre en el ineludible camino de la riqueza personal; no se siente libre, a cada paso que se adentra en el mundo del consumo siente que se aleja más de aquello que le repitieron. ‘¿Cómo hacerme rico si a cada paso me atrapa la novedad del consumo?, y para mantener ese ritmo tengo que trabajar más y más’ piensa y se pregunta en las madrugadas agitadas o en los tiempos muertos de las tardes de bochorno en el transporte público de Lima. En el trabajo conoce a otros colegas que trabajan décadas y tienen su misma suerte. Varias veces a llegado a la conclusión que aquello que se repite como un mantra es la excepción y no la regla.

José, de este modo, nos permite problematizar sobre el tema del sentido del trabajo en el Perú y el mundo de hoy. Es evidente la contradicción entre los supuestos caminos de libertad que se presentan como banda sonora de la película humana bajo el capitalismo. Un mensaje muy recurrente es aquel que señala que a través del trabajo es como las personas alcanzan la felicidad, la riqueza y/o algo menos utópico como ‘mayores grados de satisfacción’. Sin embargo, de los niveles de descontento entre los millones y millones de trabajadores en el mundo es ineludible dar cuenta; y ese descontento expresa lo inseparable que es de las formaciones sociales dominantes hoy en el mundo. El trabajo hoy lejos de llevar a la realización y ser un instrumento de libertad de los seres humanos es una inexorable cadena.

Aunque la comparación parezca terrible y existan evidentes diferenciaciones entre los distintos países dados los niveles de organización y poder político que adquieren los trabajadores. A nivel sistémico el uso que los capitalistas hacen de los trabajadores es similar al que se hace de determinadas especies que son valoradas por alguna fijación estética o por ser instrumentos de estatus razón por la cual se forma una industria de la reproducción de estas especies destinadas luego a ser vendidas como mercancías (sean aves, canes, felinos, etc.). La especie reproductora es de este modo usada por el capitalista para producir la especie-mercancía y el día que deje de cumplir su papel no tendrá más valor para los fines del capitalista. Pasa lo mismo en una sociedad donde se valora en el trabajador solo y primordialmente su capacidad de hacer más rico al patrón. En eso han convertido a la frase “ponerse la camiseta de la empresa”. Y es que el problema no es la empresa, o la unidad productiva si somos más ortodoxos en el lenguaje, que genera valor con el aporte que hacen las personas a través de su trabajo, sino en el sentido que tienen y el modo de organización que adoptan estas bajo esa lógica: producir para que unos pocos acumulen indefinidamente.

Lo anterior, para los retos que tiene la humanidad por delante, es un terrible problema; El cambio climático, la creciente polarización política en algunas regiones del planeta, las crisis económicas, los históricos e irresueltos problemas sociales, etc. son algunos ejemplos. El trabajo bajo la hegemonía de los capitalistas atenta directamente contra cualquier sensato sentido de libertad. Las personas para poder vivir en el mundo de hoy básicamente tienen dos vías: o forman parte del batallón de trabajadores (en distintos niveles y especialidades) que laboran generando beneficios del que apenas un porcentaje diminuto disfrutan o generan empresas individuales propias donde otros produzcan los beneficios de los que disponer; es decir reproducir la vieja, pero no menos cierta, afirmación: continuar la explotación del hombre por el hombre. De lo que se trata es salir de aquello. La autogestión puede ser una vía, pero si esta no se plantea un cambio de la sociedad será siempre una isla acechada por un mar de tiburones capitalistas.

 

Por Víctor Cárdenas