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Desde la Plaza de Armas en Punta Arenas, la primera ciudad del sur del continente, hasta las calles de Arica, en la frontera con Perú, los chilenos salieron a las calles a expresar un descontento y un espíritu libertario acumulado durante décadas en este país. La democracia neoliberal había tocado techo.

El alza de los pasajes del Metro de Santiago, motivo de las primeras protestas, fue la gota que rebalso el vaso en palabras de los propios chilenos. Las protestas venían desde hace varios años en ascenso, por mencionar algunas, las masivas protestas de los estudiantes secundarios en el 2006, la primavera estudiantil del 2011, las protestas de los portuarios, de los docentes, del pueblo Mapuche, etc. que han ido tejiendo solidaridad entre los diversos sectores de la sociedad chilena han hecho parte del marco de fondo de lo que se ha vivido en los últimos días en Chile. De este modo desde hace varios días se ha vivido un desborde de las protestas a niveles no vistos desde la lucha contra la dictadura de Pinochet.

A diferencia de las protestas en Quito, días atrás, que se focalizaron básicamente en esta ciudad, las protestas en Chile empezaron en Santiago y fue extendiéndose a las diversas ciudades del país. La declaratoria de emergencia que hiciera Piñera buscando acabar con las protestas lo más rápido posible genero tal punto de indignación que en pocas horas tres ciudades principales fueron declaradas en Estado de Emergencia y Toque de Queda: Santiago, Valparaíso y Concepción. Horas después estas disposiciones fueron ampliándose a más ciudades del norte y del sur. Las protestas estaban presentes en todo el país y habían desbordado la represión militar que Piñera echo a las calles, no sin antes reportarse casos de violaciones de derechos humanos. El malestar social producto de una democracia neoliberal, que impone precariedad para unos y privilegios para las elites, se conectó con las demandas por una democracia nueva. Los chilenos están cansados de la vieja política y los viejos políticos del modelo que han sostenido la democracia neoliberal, régimen que para existir tuvo que ahogar en sangre una revolución e imponer durante 17 años una dictadura y varios años más de tutelaje militar.

Ante el desborde de las protestas y el fracaso de la opción militar para acabar con la justeza de estas y conseguir reprimir la voluntad de los chilenos de salir a las calles, el gobierno de Piñera ensayo unas volteretas que lo llevaron hasta a saludar las protestas como la del viernes 25 que concentró más de un millón doscientos mil personas sólo en Santiago, la cifra se amplia largamente con las que ocurrían en paralelo en otras ciudades. Es importante detenernos en la opción militar de Piñera. Si, como veíamos días atrás, la opción militar fue la opción que tomó Lenin Moreno cuando las protestas desbordaron, pero que no lograron aplastar las manifestaciones, en el caso de Piñera parecía desde un inicio estar dispuesto a evitar que estas desborden y la opción militar, como en el caso de Ecuador, llegara muy tarde, por lo que rápidamente procedió a ceder a los militares la resolución de una crisis de carácter político y social. El efecto que consiguió fue absolutamente todo lo contrario. Las élites de la región se caracterizan por renunciar a la política cuando estas dejan de tener mayorías, pretenden ganar no por la hegemonía y el juego democrático sino por la fuerza. Esta vez Piñera, un miembro orgánico de la oligarquía chilena, ante el fracaso de la fuerza y la victoria de la rebeldía de la gente inició un viraje que lo llevó, como mencionamos, a subirse al coche de las manifestaciones.

Piñera empezó a probar todas las respuestas posibles con tal de desactivar las protestas. Mientras en las calles los ciudadanos demostraban haber perdido el miedo y de haber ganado firmeza para exigir un mejor país, distinto al experimento neoliberal; por otra parte, los anuncios que hiciera el gobierno ante las protestas pasaban por poner sobre la mesa una agenda social que tenía que ver con poner más dinero del Estado en beneficio de los privados, es decir, incrementar el gasto público sin que esto implique modificar la arquitectura neoliberal de la democracia chilena. Aquella actitud no puede demostrar, sino que Piñera no entiende que la gente está cansada no solo de las restricciones del modelo, sino del modelo mismo. El hartazgo de que cada parcela de la vida este mediada por la lógica del lucro, que si hay recursos públicos estos terminen en manos de privados.

El gobierno, de ese modo, ante la crisis respondía con soluciones superficiales, provocadoramente reiterativas del modelo agotado. En esa lógica es que ante cientos de ciudadanos en las calles respondía con propuestas como la de reducir la cantidad de diputados o los salarios de estos, ideas que como vemos resultan abismalmente distanciadas del sentir y las demandas de los ciudadanos. Mientras el gobierno y las elites quieren que vuelva la normalidad a Chile, la gente señala que el despertar en calles y plazas es precisamente porque no quiere seguir bajo la apabullante normalidad neoliberal.

Las reacciones en Lima por parte de analistas conservadores resultan sorprendentes por lo forzado que son. Para algunos los problemas en Chile son el resultado de las “reformas” que llevó adelante Bachelet y que detuvieron el desarrollo exitoso de este, señalaban que si estas no se hubiesen llevado adelante la primavera de Chile no hubiese existido. No faltaron quienes culpaban a la inteligencia cubana, coincidiendo con otros analistas conservadores en Chile que culpaban a Piñera de no haber usado la suficiente violencia para reprimir las movilizaciones del 2011 y evitar que la ‘chusma’ se empodere con las movilizaciones y terminen haciendo de esta una forma masiva de protesta.

Hay quienes, temerosos de los vientos libertarios que recorren nuestro continente, se aventuraban a decir que una primavera peruana es imposible, que el descontento había sido canalizado por la astucia de Vizcarra en su confrontación con los ultraconservadores. Sería ingenuo creer que en el Perú la crisis nacional que vivimos se pueda canalizar a través de las decisiones de Vizcarra, lo fuera, quizá, si este tuviera iniciativa, firmeza y claridad. Si bien la disolución del Congreso ultraconservador se llegó a concretar, esta solo fue posible cuando al presidente ya no le quedaba mayores opciones si no quería ser vacado luego del fracaso de la salida negociada que terminaron boicoteando los más ultras al interior de los conservadores. Lo hizo obligado por las circunstancias; la percepción que deja aquel acto es de valentía, pero no venida de las entrañas, sino del tener la cabeza en la guillotina. Planteándolo de ese modo es difícil llegar a pensar que el descontento y las luchas de los pueblos del Perú, han sido amortiguadas por algunos episodios concretos que vive la crisis nacional. Se percibe y se ve que en las calles los peruanos estamos en pie de lucha contra la corrupción, pero también contra el conjunto de cosas que permiten la exacerbación del fenómeno de la corrupción. Ese conjunto de cosas es el marco de la democracia neoliberal.

Durante las protestas en Chile se escuchó, mejor dicho, se cantó, una canción que decía conocer unos sueños sobre el futuro: un futuro que se frustra por las élites. Resulta que en Latinoamérica las élites son grupos de privilegios que en defensa de estos recurren al conservadurismo político, por lo que toman posiciones retardatorias a los cambios e innovaciones. Políticamente defienden privilegios. Se contiene el potencial humano en sociedades clasistas. Necesitamos superar las clases sociales, necesitamos una comunidad de humanos libres. Una comunidad solidaria, de libertad y autonomía económica, solo posible con una economía libre (de burguesías).

Por Víctor Cárdenas