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No podemos iniciar este artículo sin antes dar un salto hacia el pasado y averiguar cuáles han sido las razones que nos han llevado hasta nuestros días. Entender el pasado es un factor elemental para comprender nuestro presente y predecir nuestro futuro. De esta manera se han ido desarrollando diversos modelos de pensamiento que han ido concretándose, cada vez más, en nuestra vida cotidiana. No por ninguna razón la revolución industrial, iniciada a partir de 1780 en Inglaterra, dio paso cabal a un modo de producción que, en nuestros días, viene siendo el sistema económico, y hasta político, imperante.

Revolución Francesa y la era industrial

En ese sentido, podemos afirmar que la Revolución Francesa, históricamente, fue el gran salto que dio la clase burguesa hacia el poder. Esta clase social, tomando el análisis del materialismo histórico de Karl Marx y Friedrich Engels, se enfrentó, en su momento, a la oligarquía dominante legitimada por el estado monárquico: el antiguo régimen. Esta clase burguesa, apoyada por las masas populares del tercer estado, se enfrentó directamente contra el poder real del Rey y de la nobleza. Las ideas liberales de Jhon Locke, los aportes filosóficos de Montesquieu, Rousseau, Voltaire, entre otros; la revolución industrial en Inglaterra, y el desarrollo de las teorías clásicas del pensamiento económico de Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, entre otros personajes, permitieron el acrecentamiento y la legitimación de un nuevo modo social de producción: el capitalismo.

Sin embargo, tengamos en cuenta que el capitalismo es solo el modo de producción imperante, tal como lo fue en su momento el feudalismo. Este sistema económico irá dominando, desde la época en la que las grandes industrias operaban inhumanamente en Inglaterra, hasta nuestros días. ¿Cómo es que la industria llega a cooptar el modo de producción para gobernar, así, a su antojo? Karl Marx, en el Capital, manifestaba lo siguiente: «en el ámbito de la agricultura es donde la gran industria tiene un efecto más revolucionario, puesto que destruye el baluarte de la vieja sociedad, el campesino, sustituyéndolo por el obrero asalariado.» Más adelante dirá que «la producción capitalista solo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajo». De esto se desprende el siguiente análisis: para empezar, la burguesía al instaurarse en el poder – una vez derrotada a la clase dominante del antiguo régimen monárquico – comienza a desarrollar la gran industria con ayuda de la migración del campo a la ciudad, la destrucción de la tierra, la explotación del hombre, de las colonias, y el descubrimiento de América; es decir, en unas cuantas palabras, la estructura de nuevas relaciones sociales de producción y de explotación: la burguesía y el proletariado. En segundo lugar, una vez establecido el modo de producción capitalista, debe, necesariamente, legitimarse para poder gobernar.

La visión del Estado

Karl Marx expresaba, en el manifiesto del partido comunista, que «el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.» Es preciso y necesario entender esta parte si queremos dar explicación de cómo la clase dominante legítima su poder apropiándose de cierto sector del aparado estatal. En ella, Marx nos advierte, desde un aspecto sólido, que el estado cumple una función meramente instrumental – de autonomía relativa – frente al modo social de producción. Esto quiere decir, que el estado posee determinada independencia para ejercer poder, mientras que la otra parte es ejercida para cumplir las exigencias de cierta clase social.

Desprendiéndose de ello, tenemos que el estado posee una visión meramente instrumentalista, en donde se observa al estado como un instrumento de coerción y administración que puede ser usado para diferentes fines y por determinada clase social que pretenda apropiarse de él. En ese sentido, se niega la visión del estado voluntarista como un mero aparato de poder que puede ser usado sin mayor problema por una fuerza – cierta clase social – que procure conducirlo. Por otro lado, es cierto que el estado, al mismo tiempo, mantiene cierta autonomía relativa – equilibrio inestable de compromisos – en donde la clase dominante impone una agenda para gobernar y legitimarse. Para la clase dominante, el aparato de gobierno no es más que el capitalista colectivo ideal, o sea, el estado de los capitalistas. Pero ¿Cómo hace la clase dominante para legitimar su sistema socioeconómico y su poder? Recordemos un poco de historia.

El liberalismo económico de A. Smith y los demás propulsores de la economía política clásica, dieron justificación al sistema capitalista para operar desde el ámbito de la economía y del modo social de producción a partir de 1780. Sin embargo, los procesos productivos de deshumanización fueron cobrándose sus primeras víctimas, empezando por la primera crisis del capitalismo o el pánico de 1873 y 1896, cuando la superproducción hizo que la economía mundial colapsara. La inserción de nuevos países al libre mercado mundial – producción en masa de mercancías – causó la primera gran depresión del capital conocida en la historia. Previamente, hay que aclarar que las crisis del capital se dan, principalmente, por la ausencia de regulación y planificación de la economía, pues al no tener información de cuanto se va a producción o cual será el consumo de mercancías en un determinado lugar, esta tiende a desequilibrarse y generar constantes crisis de producción.

Lo que sigue después de las primeras crisis es un intento de regular el mercado y la producción: el proteccionismo que empieza desde 1914 en Europa. Luego de ello, llega la gran crisis económica de 1929 en EEUU. Para salir de las crisis económicas del capital, surgieron economistas que dieron una política regular a los procesos productivos sin tocarlos de fondo. Uno de ellos fue el Keynesianismo con su estado de bienestar y el efecto distributivo que operó en EEUU y Europa después de la gran depresión hasta su desmantelamiento propiciado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80.

El neoliberalismo

Las políticas keynesianas tuvieron su adversario desde 1950: la Escuela de Chicago, conformada principalmente por los economistas F. Von Hayek y L. Von Mises. Los planteamientos del neoliberalismo evidencian la contradicción de los principios del liberalismo clásico. Y es que el neoliberalismo per se, es una ideología que busca no solo legitimar el modo de producción capitalista, sino el “empoderamiento” de los sectores empresariales y las clases sociales dispersas bajo los absurdos principios de la aparente libertad social.

El neoliberalismo plantea, principalmente, el desmantelamiento del estado de bienestar y las políticas keynesianas que curaron la crisis de los procesos productivos del capital después del año 1930. Además, la desregularización de los mercados, una nueva política fiscal, la liberalización económica de la sociedad, la mercantilización de los derechos humanos, los ajustes estructurales y la escasa intervención estatal en los asuntos privados.

*Hagamos un paréntesis para marcar algunas diferencias sobre este tema. El liberalismo y el neoliberalismo son postulados económicos, políticos e ideológicos que buscan la justificación, el sustento y la legitimación del capitalismo en el aparato estatal y la sociedad. El capitalismo es el modo social de producción que impera en los países con industria pesada y que gobierna, a través de la reproducción a escala ampliada, centralización y acumulación del capital, en los países con escasa producción industrial.*

El general Juan Domingo Perón decía que la fuerza es el derecho de las bestias. Para implantar el neoliberalismo se recurrió, precisamente, a la fuerza. Los dos primeros países en América Latina que se utilizaron como laboratorios del neoliberalismo fueron Chile y Argentina. El golpe militar en Chile, del dictador Augusto Pinochet, ocurrido el 11 de setiembre de 1973 contra el gobierno democráticamente electo de Salvador Allende, dio inicio a un nuevo proceso en el mundo: el nacimiento del neoliberalismo como una fuerza brutal reconocida. En Chile, las medidas adoptadas por el gobierno militar fueron drásticas y afectaron a la sociedad en general. Dentro de estas medidas se encontraban la supresión del control y regulación de precios, la privatización de empresas estatales, la eliminación de impuestos arancelarios a las importaciones, la reducción del gasto público y la desregularización de los mercados. Todo ello generó un retroceso en los avances hacia la verdadera liberad del pueblo chileno. Por otro lado, los experimentos del neoliberalismo siguieron avanzando en América Latina con los golpes militares impuestos por EEUU. En Argentina de 1976 con el golpe militar de Jorge Rafael Videla, el golpe de estado en 1964 en Brasil por una junta militar, en Bolivia el golpe militar de 1971 por Hugo Banzer Suárez, el golpe de estado de 1963 en República Dominicana contra el gobierno democrático de Juan Bosch, en el Perú el golpe militar de 1975, conocido como “el Tacnazo”, contra el General Juan Velasco Alvarado y promovido por el General Francisco Morales Bermúdez en aras de mantener el poder de las oligarquías terratenientes y la clase dominante, entre otros.

La consumación del neoliberalismo ha sido la historia de la fuerza brutal contra los pueblos del mundo. Ha sido legitimada con sangre y muerte. Y mientras el resto de países del globo miraba distraídamente los procesos sangrientos que nuestra amada América Latina soportaba, los gobernantes de las diversas naciones, que soñaban despiertos un amanecer dorado, eran extorsionados por las clases que dominan los poderes estatales y populares. Ningún país y ningún poder fueron suficientemente capaces de hacer retroceder lo que en un momento parecía la providencia inefable del mal. Miles de pueblos en el mundo habían caído en las lógicas mercantiles y neoliberales de la deshumanización de nuestra humanidad. Nos habían impuesto el relato de que nuestros derechos poseen un valor inexorablemente mercantil y, bajo esas razones, no había nada más que hacer. Habíamos permitido todo, y el resto solo quedó como un proceso natural de la vida humana.

 

Por José Ramírez Mendives