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Sobre la naturaleza del deseo

Arthur Schopenhauer decía «la realidad es creada por el acto del deseo» y esta consigna es ahora mismo la que ha venido construyendo todo nuestro mundo. Es en ese sentido que partiendo del acto del deseo, como expresión de voluntad, vamos creando nuestra realidad concreta. Entonces, el deseo no es más que la voluntad de los seres humanos que ansían construir su realidad individual y colectiva. Pero las adversidades con las que se enfrenta el ser humano frente a su propio fantasma, los lleva a exacerbar los elogios con los que serán enterrados: son sus propios sepultureros en la medida que la voluntad misma no sea controlada por los hombres, sino que estas pasiones y deseos desenfrenados – en concreto – los lleven a destruir la realidad que pretenden erigir. Sin embargo, ¿qué sabemos de la naturaleza humana?

En el mundo como voluntad y representación, Arthur Schopenhauer decía lo siguiente: «Somos un querer que se quiere infinitamente a sí mismo: así viven, en mayor o menor medida, la gran mayoría de los hombres: inmersos en el engaño, haciendo daño a los otros y pagando con sufrimiento su maldad. Esa es la condición natural del hombre y, en general, de todos los seres; porque el egoísmo, además de ser el móvil antimoral, es el móvil natural de todos los seres vivientes. La naturaleza es inmoral, como lo es la voluntad que en ella se objetiva». La voluntad, es decir, el deseo en concreto lo lleva al sufrimiento, pues al ser un querer que se quiere infinitamente a sí mismo, lo coloca en una rueda sin fin en la que el ser humano solo es protagonista de un actuar en el que solo desea desear algo, y ese deseo lo lleva a sufrir. Entonces, la realidad no es más que un querer que se quiere infinitamente sin alcanzarse nunca, porque somos criaturas de voluntad y un deseo eterno. Estas características de la naturaleza humana, según Schopenhauer, devienen en un solo mal: el sufrimiento. Y el sufrimiento está presente en nuestras vidas porque somos seres de voluntad, porque queremos infinitamente, y sufrimos cuando no lo alcanzamos; y sin embargo, cuando lo alcanzamos nos hastiamos de ello; por estas razones es que la vida es un enorme péndulo que oscila entre dos fuerzas: el hastío y lo inalcanzable. Arthur Schopenhauer, en «El mundo como voluntad y representación», notó la relación de la voluntad (como representación del mundo) con el sufrimiento, el mismo que oscila entre el hastío y el deseo, y en cuyos casos ambos derivan en sufrimiento. Más adelante dirá «el querer es un ente que se quiere a sí mismo, y al quererse solo encuentra dos posibilidades que lo llevan a un solo lugar: la imposibilidad y el aburrimiento»

Perspectivas religiosas: el budismo y el cristianismo:

Hay que partir desde los aspectos Nietzscheanos de que ambas religiones son meramente nihilistas, y que sin embargo una de ellas (el budismo) es la única que se enfrenta al sufrimiento directamente. El cristianismo por su parte, como diría L. Feuerbach, en los textos referentes a la alienación religiosa, aprehende la esencia finita del ser humano autoconsciente de su imperfección a la infinitud de Dios –porque existe de por medio una escisión entre Dios y el hombre – de ahí que el ser humano se sienta ajeno a su propia esencia porque se desconoce como tal: su vida y su mundo son únicamente de Dios. Por ello, el cristianismo no enfrenta al sufrimiento, solo lo repele. Lo decía también Karl Marx en su famosa frase «La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el corazón de un mundo sin corazón, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo» y esto se explica a través del adormecimiento del alma revolucionaria del proletario oprimido por parte de la religión.

El sufrimiento, según el budismo, parte del Piyavagga (los placeres) según el Dhammapada del Gautama Buda: «del deseo surgen la tristeza y el temor; quien está totalmente libre del deseo no conoce ni la tristeza ni temor» de ahí que para llegar al «Nirvana» sea necesario despojarse de los placeres y vicios que perjudican la vida. Esto es, a diferencia del cristianismo, una religión que se enfrenta directamente al sufrimiento, más no lo supera; es decir, no busca, per se, una lucha contra la naturaleza humana que lleva de por si el sufrimiento. Al igual que el cristianismo, solo busca atenuar y repeler el sufrimiento bajo otros métodos.

El neoliberalismo y la modernidad liquida

Vivimos en la era del deseo. Vivimos en la era del querer infinito, en la que nuestro ruin sistema socioeconómico, el mismo que lleva aproximadamente 200 años operando, ha acaparado toda nuestra naturaleza. Y es que la superproducción en masas de mercancías ha llevado a adoptar nuevas medidas de consumo, de compra y de gastos. Hoy en día todo se reduce a la superproducción de mercancías, a la circulación y la reproducción de capital a escala ampliada y al consumo excesivo. No por ninguna razón, H. Marcuse protestaba por allá en los años 1964, que nos habíamos convertido en parte innata del modo de producción capitalista (del mercado como tal), esta vez no como lo demandaba K. Marx en el capital, afirmando que los obreros eran y son el apéndice de la maquinaria industrial, sino como consumidores deseosos de nuevos productos, insertados en la producción del mercado como hombres unidimensionales, de escaso pensamiento crítico y elevado consumo, engañados por los nuevos métodos de ventas del afamado neuromarketing.

Nuestra naturaleza humana está siendo moldeada por el nuevo modo de superproducción capitalista. K. Marx, no se equivocaba al exponer el materialismo dialéctico en el que las relaciones de producción, de la explotación del hombre por el hombre, iban a ser legitimadas por la ideología (en este caso, la neoliberal). Sin embargo, hace falta también examinar la otra parte de la explotación que se viene dando en nuestros tiempos. El aprovechamiento de nuestra naturaleza, siendo seres de voluntad y de deseos infinitos, nos hace susceptibles al modo de producción actual. Inclusive, si negáramos la naturaleza humana, si nos fuera concebida la idea Sartreana de que la existencia precede a la esencia, y que el ser humano, a través de su libertad, construye su destino, sería más de lo mismo, al estar inmersos en este nuevo fenómeno económico del capitalismo inhumano. Esencialmente lo que engendra el capitalismo es sufrimiento: acostumbra a los seres humanos a desear por encima de sus posibilidades.

«Todo lo solido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano», presagiaba K. Marx en nuestra modernidad liquida, en la que nuestras relaciones interpersonales se ven reducidas al consumo efímero e irrelevante en aras de alimentar un sistema que no nos alimenta: es el consumo por el consumo. En nuestra modernidad liquida, en nuestro sistema neoliberal y capitalista, nuestra naturaleza humana se ha dividido del resto de la comunidad. Nuestra vida y nuestro mundo se han fragmentado tantas veces que solo vemos una sola posibilidad: luchar por nosotros mismos, porque nos hemos divorciado de la colectividad de donde nacimos. En un mundo donde millones de personas se derrumban en la más infame miseria, nuestro sistema económico sigue produciendo bienes de consumo que realmente no necesitamos. Nuestro mundo, nuestra realidad, nuestra modernidad liquida se reduce solo a la individualidad y al más innoble egoísmo. Es la naturaleza no sola del individualismo, sino también del deseo; del deseo inquebrantable e infinito de lo que realmente no necesitamos.

El capitalismo, a grandes escalas, engendra los males del deseo insaciable por el poder, la corrupción, la mafia y las grandes corporaciones avaras que son hijastras de nuestro pérfido sistema actual. No obstante, en menores volúmenes, en donde estamos la mayoría de personas en el mundo, solo genera sufrimiento.

Síntesis: posibles soluciones.

El Budismo: a todo problema político existe una razón filosófica. Para el budismo la lucha contra el sufrimiento (deseo excesivo del Piyavagga) radica en la libertad espiritual de la serenidad y la liberación de la codicia y el placer excesivo, y en cuyo momento el espíritu se establece en el Dhamma para que el ser pueda retomar a la corriente (Urdhvamsrotas).

Para Schopenhauer, solo hay tres posibilidades de librarse del sufrimiento:

  1. La desesperanza de vivir, cuya afirmación es negarse propiamente a la vida.
  2. La contemplación estética, que es la búsqueda de la belleza y verdad.
  3. La noluntad, es el no-deseo de las cosas.

El Marxismo: En el campo político, la lucha contra el padre que engendra todos los males en este mundo (el capitalismo), es la conciencia de clases y la lucha colectiva contra el sistema. Al ser seres de naturaleza y de voluntad, ejercer esta voluntad para erradicar el sufrimiento es también una posibilidad para superar el sufrimiento. El marxismo presenta la superación del modo de producción capitalista. Es la superación del sufrimiento a través de la organización y el ejercicio de nuestra voluntad; en ese sentido, es darle vuelta a todo lo establecido por el Budismo y Schopenhauer. Finalmente, luego de haber visto varias perspectivas filosóficas – religiosas y políticas, hace falta establecer los parámetros de lucha y repensar, sobretodo, la filosofía con un cuestionamiento bastante simple e interesante que nos ayudará a entender todo lo demás ¿el ser humano ha venido al mundo a sufrir incansable número de veces?

Por José Ramírez Mendives