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A lo largo de la historia de la humanidad, hemos observado como la división de clases iba abriendo paso a diversas teorías políticas. Teorías que, necesariamente, merecen un espacio en la realidad, pues muchas de ellas han sido elevadas a la praxis por los seres humanos en aras de resolver los conflictos universales. Dentro de este escenario, hemos podido presenciar esta incansable lucha entre opresores y oprimidos, entre amos y esclavos, entre señores y servidores, entre familias y súbditos; es decir, y en resumidas cuentas, entre los que ejercen el poder y los que no, pues la realidad de la historia humana, en su totalidad, se reduce solo al ejercicio y conservación del poder.

Teniendo en cuenta que todo se reduce al poder, afirmamos tajantemente que el maquiavelismo debe estar presente en la política nacional e internacional de los pueblos. Sin embargo, pese a su conservación, el maquiavelismo tiene que ser renovado por aquellos que ejercen o pretendan ejercer el poder, pues las condiciones materiales y existenciales dentro de las nuevas sociedades han variado de forma vertiginosa. En ese sentido, el maquiavelismo del siglo XXI nos presenta una nueva forma de principado (empezando nuestra misión de descifrar el poder) y de hacer política.

Para empezar, como diría el filósofo marxista Antonio Gramsci, el príncipe ya no es más un individuo, debe ser considerado un organismo vivo. Organismo vivo definido como una organización política, en la que sus miembros confluyan entre sí. Desde esta premisa, partimos en nuestro estudio acerca del nuevo maquiavelismo. El moderno príncipe, entonces, es una organización o partido político que busca la disputa y, posteriormente, la conservación del poder. No obstante, conservarlo le tomará tiempo y esfuerzo.

Hagamos una aclaración respecto a la moral del maquiavelismo, debido a que muchos hoy en día creen que el poder y la política deben, necesariamente, fluir dentro de los preceptos morales establecidos en una sociedad determinada; es decir, las sociedades posmodernas. Esto no es verdad, no tiene certeza alguna, debido a que la moral del maquiavelismo supera la moral convencional establecida por los hombres que viven dentro de la comunidad actual. La moral del maquiavelismo es una construcción que va más allá del bien y del mal, y que tiene como fin supremo la conservación del poder. Los fines con los que se ejercerá el poder dependerán de cada organismo, de lo que estos hagan dentro de las naciones o fuera de ellas.

Existen varios tipos de principados; en esta oportunidad solo tocaremos dos para el análisis de la realidad: el principado hereditario y el principado nuevo. Se sabe, a cabalidad en palabras de Maquiavelo, que los principados hereditarios son más sencillos de gobernar que los que no lo son, ya que poseen determinada estabilidad ejerciendo el poder. Digamos que en la actualidad, los principados hereditarios son aquellos que han dejado de lado el linaje de sangre real o familiar, y se han constituido en principios ideológicos. Son movidos en la actualidad por la ideología que van formando. Digamos también que lo que se hereda en la actualidad ya no es más la estirpe que mantenía viva la realeza, sino que ahora se pretende mantener viva la agenda política y la ideología existente de la organización. Tenemos grandes ejemplo a quienes mencionar en la actualidad, pero nombraremos solo dos: Estados Unidos de América y la República Popular China. Estados Unidos, ha mantenido su política interior y exterior desde aproximadamente 200 años de independencia. Su política no ha sido muy variada a lo largo de los años, pese a que dentro existan partidos que interactúan entre sí. Estas organizaciones políticas van gobernando, desde la creación nacional de los Estados Unidos, con la misma agenda, con los mismos principios y con los mismos ejes. Por ejemplo, la política exterior estadounidense se ha ido manteniendo injerencista a lo largo de sus épocas. No por ninguna razón se escribía, por los años 1845, la doctrina del Destino Manifiesto que “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino…»  de allí que el principado se haya heredado de generación en generación por cada uno de los gobernantes que ha tenido Estados Unidos; en ese sentido, afirmamos que en la actualidad no existe más una herencia legitima de sangre sino, más bien, de ideología. La fuerza que mueve el partido político (al príncipe moderno), y con la cual se va heredando de gobierno en gobierno, de príncipe en príncipe, es la ideología.

En China sucede algo similar, con la única diferencia que desde el año 1949 hacia adelante, viene siendo gobernando por un solo partido: el Partido Comunista Chino. Sin embargo, como habíamos mencionado líneas arriba, el principado hereditario ya no es más un legado familiar, sino un legado ideológico. En este caso, China ha sostenido una tradición histórica e ideológica desde la revolución China en 1949 hasta la fecha, tradición que tiene sus pilares fundamentales en la construcción del socialismo, y pese a las reformas adoptadas por Deng Xiaoping a partir del año 1976, el legado Chino se mantiene y el partido político deviene en el principado moderno.

Señalemos que el principado de estas dos grandes potencias ha ejercido el poder adecuadamente con el fin de preservarlo. Han tomado acción, han sido amados y temidos por el pueblo para insertar una nueva cultura y un nuevo modelo de vida. El problema resulta después: “en el principado nuevo se encuentra la dificultad”, diría Nicolás Maquiavelo. Y esto se debe a varios factores, considerando uno de los principales, el temor de los hombres a cambiar de amo. La costumbre invade al ser humano, pues somos seres que, por naturaleza, nos aferramos perdidamente a lo establecido, y difícilmente queremos cambiar por miedo a lo desconocido. Pero aquí entra la astucia del nuevo príncipe. En la actualidad debe conquistar no por la coerción, sino más allá de ella. Debe crear consenso pero, para ello, debe fundar lo nuevo encima de lo viejo.

El príncipe moderno, debe ejercer el poder necesario para que tanto las leyes, tributos y costumbres del viejo príncipe desaparezcan. Es refundar la patria, es crear una nueva ideología que sirva de base política para la nueva nación y para el nuevo porvenir. Pero para ello, el príncipe debe tener ciertas cualidades. Para empezar, el partido político (el príncipe) debe tener una ideología, y guiarse de ellas. Debe mezclarse y descender hacia las masas populares, haciendo posible la creación de un nuevo sujeto social colectivo: el pueblo hecho partido. La construcción y dirección hegemónica, entonces, es tarea fundamental del partido constituido por el pueblo. Es en este momento en el que las diferencias se quebrantan entre el pueblo y el príncipe, porque ahora son lo mismo.

Un pueblo que se identifique con el nuevo principado será un pueblo difícil de invadir. De ahí que Cuba mantenga 60 años de revolución antiimperialista, y no haya sido invadido por el país del norte, siendo este un país joven y pequeño. Y es que, en este caso específico, Fidel Castro no solo hizo la revolución, sino que construyó ideología y conduzco la voluntad colectiva nacional-popular del pueblo cubano. Consolidó las exigencias y se hizo amar. El partido, es decir, Fidel Castro y sus allegados, constituyeron y refundaron una nueva patria destruyendo lo viejo. Quebraron las costumbres del régimen de Fulgencio Batista que, no solo componía un simple gobierno autoritario, sino que poseía una ideología bastante nociva para el pueblo cubano y Latinoamérica en general: el colonialismo.

Muchos de los principados nuevos se hicieron del poder encontrando las condiciones precisas para su consumación, porque encontraron una circunstancia para surgir. Vladímir Ilich Uliánov Lenin, por ejemplo, encontró en la vieja y muy decadente Rusia Zarista la oportunidad para generar las condiciones de la revolución Bolchevique logrando frutos evidentes a partir de 1917. Adolf Hitler, motivado por el odio hacia el judaísmo, aprovechó de las condiciones de decadencia de Alemania entre guerras para crear el régimen Nazi, causando la muerte de millones de personas en una segunda guerra mundial. Así los nuevos principados no solo van aprovechando o creando las condiciones necesarias para adueñarse del poder, sino que hace falta la construcción de algo que mueva la voluntad de las personas: el mito.

Tanto Georges Sorel, Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui, consideraban que el mito servía como motor de la voluntad colectiva. En cierta medida, esto no se aleja de los principios del maquiavelismo en aras de copar el poder político. El príncipe moderno, es decir, el partido político, debe crear un mito. Para ello debe identificar en la sociedad los problemas que aquejan al pueblo. Una vez mezclado con el pueblo, el príncipe no puede dejar de ser indiferente frente a aquellos que legitiman su poder. Y una vez entendido esto, por el partido político, es necesario ser admirado por el pueblo. La construcción del mito va dirigida especialmente a la creación de una necesidad popular. Es la creación de un héroe que nos salvará del mal, es la creación de una nueva concepción del mundo, como decía Antonio Gramsci. La creación del mito no es ajena a la realidad peruana. En ese sentido, ya hemos tenido la construcción de un mito en la década de los 90: Alberto Fujimori, el «outsider» que llegó para salvarnos del terrorismo y de la crisis económica. Fujimori, príncipe moderno, constituido con un partido nuevo, creó el mito de la salvación nacional. Se hizo amar y temer por el pueblo: ejercía el poder. Además, la historia no es engañosa cuando la realidad se cruza con ella, pues Fujimori hizo lo que todo principado nuevo haría: mezclarse con el pueblo. Y he ahí que su legado en el Perú perdure con la constitución surgida a partir del autogolpe del 92, a pesar de que hayamos tenido diversos gobiernos a favor o en contra del fujimorismo como tal. Una vez más se demuestra la herencia ideológica que existe dentro de los principados hereditarios; en nuestro caso, es la dictadura sin el dictador.

Se debe – dice Maquiavelo – vencer por la fuerza, es decir, por la coerción. Sin embargo, en nuestros tiempos la dominación ha tomado una nueva forma porque es un nuevo fenómeno de estudio. Ahora se vence por el consenso. No solo hace falta la creación del mito sino que, una vez que el pueblo se hace partido político y se ha creado una ideología, esta ideología debe imperar en las sociedades. Pero la creación de una necesidad popular lleva al príncipe a ser impecable. Él identifica o crea las necesidades populares a través del mito. Pero no bastándole eso, crea consensos dentro de la gran masa popular llamada pueblo. No es por la fuerza como se conquistan a los pueblos, es por el consenso, a través de una dirección hegemónica, de dominación cultural. Entonces, el partido político, debe crear imperiosamente hegemonía, es decir, consenso en todos los sectores sociales: la fuerza viene después «en consecuencia, conviene estar preparados de manera que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer a la fuerza» esto es lo que Maquiavelo escribiría en el Príncipe, y lo que Gramsci llamaría la crisis hegemónica en la sociedad política.  

Mientras vamos avanzando en nuestro análisis de la realidad actual, vemos como las características del principado, es decir, del partido político, se van concatenando solo para crear un nuevo sujeto social colectivo. Las características secundarias, a nuestro modo de ver el poder, que plantea Maquiavelo, como la conformación de un ejército leal, astucia en la dirección del poder, y la disposición a traicionar, entre tantos, nos parece más una consecuencia de lo planteado líneas arriba. Para nosotros, los ejes que mueven a toda organización que pretende el principado, son los siguientes: la transformación social del pueblo al partido político, la construcción del mito y la dirección hegemónica a través del consenso social. El resto, entonces, viene por añadidura, y como consecuencia de ejercer adecuadamente el poder político.

Vayamos un poco más allá, y acopiemos todas estas características de forma concreta. Tenemos el ejemplo de la República Bolivariana de Venezuela que, desde hace varios años, viene siendo amenazada por el enemigo del norte. Hugo Chávez, consolidó el gran proyecto del socialismo en Sudamérica. El principado que Chávez estableció en Venezuela refundó la nueva patria, echando por la borda los arcaicos cimientos de la COPEI, Acción Democrática y la infame suscripción del pacto de punto fijo del 1958. Chávez y el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), se hicieron pueblo, descendieron a las masas populares, y crearon el mito de la salvación nacional frente a la sangrienta y brutal fuerza aristocrática y burguesa Venezolana de antaño. Esto lo hicieron solo para crear consenso social, y la dominación cultural que los llevó a tomar la dirección hegemónica de la nación. Hoy, en el feroz intento de desestabilizar Venezuela, aún la nación se mantiene en pie de lucha, firme en derrotar al enemigo, porque saben bien quienes son los enemigos de la patria, porque el príncipe moderno supo ganar la batalla cultural.

Como vemos, hace falta repensar el maquiavelismo a nuestra era. El príncipe moderno, el pueblo hecho partido político, que legitima el ejercicio del poder, debe aún contener más características de lo que creemos. Debe ser ejemplo a seguir. Debe ser un modelo y fuente de moral. Es él quien determina lo que es bueno y malo, quien es el enemigo y quien no lo es. Es el que establece la delgada línea divisoria entre ellos y nosotros. En ese caso, el  principado refunda la patria, con nuevos modelos, pero también nuevas formas de pensamiento y moralidad: una nueva concepción del mundo.

Pongamos el ejemplo en concreto del caso de nuestra patria, el Perú. Como lo habíamos mencionado líneas arriba, el partido de Fujimori, Cambio 90, llegó con un nuevo proyecto de país. Lo estableció, se mezcló con el pueblo, construyó el mito que movilizó a las masas populares a votar dos veces por ellos, y creó hegemonía a través de la instauración del neoliberalismo. Sin embargo, pese a su caída en el año 2000, el proyecto de nación instituido por Fujimori aún sigue vigente en nuestros días. La razón es simple: el príncipe es una organización que implanta una ideología existente, no necesita estar presente para que siga funcionando, esto nos sucede. Hoy en día, Martín Vizcarra y sus ministros, se enfrentan dentro de la esfera de la ideología política existente impuesta por Fujimori, disputando poder, precisamente, con aquellos que le dieron vida. Pero el neoliberalismo seguirá siendo funcional a todos los gobiernos existentes después de Fujimori. Gane quien gane, o pierda quien pierda, solo sabremos con certeza una sola cosa: el neoliberalismo es el actual proyecto de nación en el Perú y, es al mismo tiempo, el príncipe y el partido político hecho ideología. De ahí que Vizcarra trace esa línea divisoria entre los unos y los otros, y nos imponga el consenso de que los enemigos de la patria son únicamente los fujimoristas. Pero la realidad muchas veces no entiende de extensos matices y solo nos muestra a los verdaderos monstruos que copan el poder. En este caso, es una sola colosal bestia de dos cabezas disputándose el dominio del cuerpo.

Hablar de Maquiavelo y el príncipe son cuestiones que dan para un mayor análisis. Se podría, tal vez, seguir escribiendo líneas tras línea sobre este tema, y sin embargo, solo nos hace falta analizar un poco más la realidad, y embarcarnos en un viaje sin retorno en el barco del Maquiavelismo. Para todos aquellos que pretendemos disputar el poder, es necesaria la lectura del Maquiavelismo y llevarla a la realidad práctica. Sin esos motivos que nos impulsan a verdaderamente ser agentes de cambio político, como alguna vez lo fueron los grandes revolucionarios de la historia latinoamericana como Ernesto Guevara de la Serna, Fidel Castro, Hugo Chávez, Salvador Allende o Emiliano Zapata, no lograríamos ningún cambio profundo dentro de nuestras naciones. Lo principal y lo que casi siempre se ha intentado ocultar, es que los enemigos siguen disfrutando del poder sin que nosotros podamos, siquiera, distinguirlos. Al ejercer un poder político y una dominación cultural, las grandes elites, grandes principados modernos, han orientado nuestra atención a puros conflictos secundarios, como la guerra entre el fujimorismo y el oficialismo de Vizcarra. Pero lo principal, el primer paso que debe efectuar todo principado real que pretenda disputar el poder en su totalidad, será únicamente identificar a los verdaderos enemigos de la patria. He ahí la misión fundamental  de todo principado, el resto es solo astucia e inteligencia. 

Por José Ramírez Mendives

 

Referencias bibliográficas:

  • El Príncipe de Nicolás Maquiavelo
  • Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el estado moderno de Antonio Gramsci.