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Cómo no emocionarse con los valores de la Lucha Reyes, el Valle y el Marítimo Recorrido por Nicomedes Santa Cruz, cómo no hacerlo con los tocados de Amador Ballumbrosio, cómo no con los goles de Jefferson Farfán, ni los hombres ni los compañeros de Cecilia Taít. Los descendientes afro en nuestro país, como en todo el mundo, han mejorado el tesón, el talento y la resistencia, y en sus inicios en el país, han exhibido un espíritu combativo, y hasta militante.Somos el tercer país de Sudamérica, luego de Brasil y Colombia, en tener una nutrida población afrodescendiente, que ha sido decisiva no sólo en la formación de nuestro acervo cultural, sino en las decisiones que tomamos en el día a día. Pero no todo es color de rosa para estas poblaciones, que si bien han sido distribuidos en diversos lugares de la vida, han permanecido de lado, como los andinos y amazónicos que migraron a la gran ciudad, el espíritu trasgresor de sus inicios.

Estamos en el mes de la cultura afroperuana. Y como andino peruano, debo admitir y afirmar con mucho dolor, que nuestras comunidades están complaciendo cada vez más el discurso individualista, arribista, elitista y racista que hace casi 30 años nos impuso el relato del fujimorato vargasllosista. Mientras que en Europa y en Estados Unidos, luchando por sus derechos, haciendo un seguimiento a la extrema derecha, haciendo un seguimiento de su integridad, haciendo un seguimiento de la situación, el deporte y la música; en las Américas, sobre todo en Sudamérica (y que decir del Perú) vemos algunos con tristeza, y muchos con jolgorio, el falso relato del «cholo emergente» o del «negro presuntuoso», que con todo derecho y esfuerzo pudo haber salido de la precariedad, ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Ser gay es sinónimo de ser un maldito pedófilo. Afrobrasileños votando el año pasado por Bolsón y el síntoma de esta enajenación tan latinoamericana, que parece no encontrar salida.

O simplemente, las poblaciones vulnerables negras del Perú, o al menos las que muestran sus rostros en los medios de comunicación, no tienen el interés o la capacidad de indignarse contra la corrupción. Bailan para Alberto Fujimori o festejar para el doctor García como Augusto Ferrando lo hizo décadas atrás. Cantan para Keiko Fujimori como Eva Ayllon, son candidatos a congresista por los partidos de la mafia, como Leyla Chihuan o el desaparecido Pepe Vasquez, o ejercen la abogacia para gente cuestionada por malos manejos, como Gonzalo Hidalgo. O simplemente, actúan a la cola de la burguesía limeña y aceptan alegremente ser la «cuota diversa» del elenco musical o actoral, bajo la condición de nunca mas juntarte con la chusma con la que paraban cuando eran pobres. Todavía recuerdo en 2009 cuando la entonces congresista Cenaida Uribe afirmó de manera oronda y campante que “no existía el racismo en el Perú”. Y ahí pasamos de la alienación a la negación.

Así somos los latinos: alegres, sabrosos, bailamos bien la salsa. Pero somos falsos, hipócritas, doblecaras, puñaleros, desclasados. Somos ratones de un laboratorio llamado cultura bubble gum, cultura del chicle, somos los enajenados televidentes de Movistar y Tondero creyendo que cinco tipos de La Molina van a darnos lecciones de diversidad. Hoy, muchos afrodescendientes peruanos, no quieren cuestionar al Negro Mama, sino todo lo contrario, reírse con él. Ese es un síntoma que la alienación en el tejido social peruano ha llegado a niveles insospechados, y temo que irremediables, si es que no logramos hacer algo estructural al respecto. Porque, hay que reiterarlo, el racismo es estructural y no personal. Es interiorizado, como ya lo recordó en su twitter Madeleine Osterling, política fujimorista que quería rematar un emblemático colegio público para convertirlo en un centro comercial. Los andinos, amazónicos y afrodescendientes nos hemos comprado el discurso de la oligarquía individualista peruana. Porque en otras latitudes, las oligarquías al menos tienen una vocación menos gamonalista y más consciente de la importancia de los servicios y espacios públicos y del rol indispensable del estado para poder administrarlos. Pero qué podemos esperar de una población lamentablemente enajenada, que tuvo su mayor clímax en ese comercial de Javier Lobatón hace 20 años, cuando quería contrarrestar las protestas por el alza de combustible en el ocaso del fujimorato con la tristemente célebre frase ¿“o te sobra la plata”?

Resistamos en este mes de la diversidad. Resistamos, porque no hay casi nada que celebrar.

Por Eduardo Quintanilla