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Foto: El Comercio

La distancia temporal permite tener una visión más clara de los hechos. Por eso, a más de dos semanas del suicidio de Alan García, a seis meses del arresto de Keiko Fujimori y a más de tres meses del retorno a prisión de Alberto Fujimori podemos postular una interpretación de todos estos hechos. El suicidio de García no representa la muerte de una “leyenda” de la política contemporánea, así como el retorno a Barbadillo de Fujimori tampoco es una “venganza”. Todos estos hechos suponen el fin de una era que representa lo peor de la política nacional y el inicio de una etapa de transición.

El APRA es un partido político que nace en la década de 1920. En aquella época, Haya de la Torre promueve la unidad de “indoamérica” y hace un llamado internacional para luchar contra el imperialismo. Junto a los proyectos de José Carlos Mariátegui y Víctor Andrés Belaúnde,  la ideología aprista se constituye como toda una interpretación de la realidad peruana y una propuesta de cambio para un Perú que reclamaba a gritos por justicia social. En las siguientes décadas, la propuesta aprista empieza a apartarse de sus principios y, por ende, a generar divisiones internas. Un ejemplo de ello es la aparición del APRA rebelde, al mando de Luis de la Puente Uceda, quien reclamaba que el partido vuelva a la lucha antiimperialista. Pese a todo, más allá de esas divisiones internas y de las alianzas con los antiguos enemigos (alianza APRA-UNO), no se puede negar que el APRA demostró grandes habilidades políticas. Lo que para unos supuso una traición, fue la base que le ha permitido a este partido ser probablemente el más importante del siglo XX en el Perú e incluso alcanzar la presidencia por segunda vez en el 2006.

La muerte de Haya de la Torre marca un punto de quiebre en el APRA, dado que su sucesor, Alan García, adquiere muchas de las cualidades de la vieja escuela, pero prioriza otras, que a la larga le han generado un daño profundo a la política peruana. No se puede negar que García adquirió ese bagaje cultural e intelectual propio de una generación de políticos que ya no existe. Por ello, fue tal vez el único político peruano capaz de citar a Calderón de la Barca en sus discursos. Sin embargo, su desempeño político, más que por esta capacidad intelectual, estuvo marcado por la transgresión.

La transgresión, según diversos investigadores, es parte de lo que nos constituye como peruanos (eso de lo cual nos quejamos, pero que, al mismo tiempo, reconocemos como nuestro). Esta transgresión no implica la negación de la ley, sino una suspensión temporal de la misma (Ubilluz, 2006: 27). Además, la figura central en este orden transgresivo es el “pendejo”, entendido como aquel sujeto que transgrede las normas, tiene éxito en ese cometido y, además, cuenta con la complicidad de los demás sujetos (Pozo Buleje, 2008: 50-51).

En este orden transgresivo, los sobornos son malos, pero, como todos los reciben, solo se vuelven malos para el que es descubierto. Esta misma lógica pueda aplicarse para el engaño, los abusos, el nepotismo, las violaciones a los derechos humanos, etc. Desde 1985 hasta este 2019, se registraron serios indicios de que García transgredió todos los mandatos morales y legales. Sin embargo, todas estas transgresiones se realizaron con “éxito” y contaron con la complicidad de millones de peruanos (por algo lo volvimos a elegir Presidente después del desastre económico, político y social que representó su primer gobierno).

Para muchos, García se convirtió en un “maestro”, capaz de realizar cualquier delito y ni siquiera enfrentar un juicio por ello. Recordemos el ya célebre debate entre García y Fernando Olivera. Este último se encargó de enumerar en televisión nacional todos los casos oscuros en los cuales García estuvo implicado. Nuestra respuesta fue el jolgorio, la celebración y la broma (los memes abundaron por las redes sociales). Estamos demasiado acostumbrados a la política de la transgresión y todos reconocíamos a García como el “maestro” de esta escuela.

Fiel a este personaje que ciertos investigadores han denominado como el “pendejo”, García sabía que su reputación estaba condicionada a su “éxito”, que la complicidad de todos se iba a acabar cuando por fin le llegue la justicia. Por eso, optó por el suicidio. García aseguraba creer en la ley, pero, como sostiene la teoría referida líneas atrás, suspende momentáneamente esta convicción cuando la ley lo perjudica. Ante ese escenario, se esconde, huye, se exilia… o se pone una pistola en la cabeza.

El APRA y el fujimorismo desde hace varios años presentan una alianza implícita. El fujimorismo representa la corrupción institucionalizada (la salita del SIN), la mentira hecha política de Estado (fujishock), el desprecio por la democracia (5 de abril) y la violación a los derechos humanos (grupo Colina). Por su parte, al APRA este tipo de delitos o acusaciones tampoco le resultan ajenos (recordemos la suite de Fortunato Canaán, el falso doctorado, los ciudadanos de segunda categoría y la matanza de los penales, por ejemplo). La diferencia entre ambas fuerzas políticas está en la forma de su accionar. El fujimorismo no cree en la democracia, aunque vivimos regidos por la Constitución que promulgaron. El fujimorismo no cree en la justicia. Por eso, llama terrorista a todo aquel que le diga criminal a Alberto Fujimori (pese a que se trata de un condenado por la justicia). El APRA, por su parte, asegura creer en la democracia y en la justicia, claro, mientras que estas no los perjudiquen. El accionar aprista, entonces, se asemeja más a la transgresión, mientras que la conducta del fujimorismo se aproxima más hacia la subversión, es decir, la negación del orden democrático (Ubilluz, 2006: 27).

Afortunadamente, ambas fuerzas políticas se encuentran en declive. Keiko y Alberto Fujimori siguen en la cárcel. Alan García decidió acabar con su vida. Todo esto resulta lamentable, dado que se trata de importantes figuras de la política peruana, pero brinda una esperanza de que hemos cerrado un ciclo, tal vez el más oscuro de la política peruana. Esperemos que esta etapa de transición sea aprovechada por mejores líderes.

Por José Banda

 

 

 

Bibliografía:

Pozo Buleje, Eric (2008) “El pendejo y el capitalismo”. En: Anthropia N°06. http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropia/article/download/11215/11727

Ubilluz, Juan Carlos (2006) “El sujeto criollo y el fujimonte-cinismo” En: Logos Latinoamericano. Año 1. N°6. http://www.acuedi.org/ddata/4943.pdf