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El último 30 de abril el diputado y autoproclamado Juan Guaidó volvió a la carga con una intentona de Golpe de Estado que terminó en un rotundo fracaso. El único éxito que consiguió aquel día la dirección de Voluntad Popular, organización ultra conservadora promotora de la desestabilización al gobierno, fue la liberación de su principal líder Leopoldo López quién cumplía prisión domiciliaria por instigar a la violencia durante las guarimbas que organizaron los conservadores luego de la muerte de Hugo Chávez. López es un político preso y de ninguna manera un preso político como lo han querido presentar en la escena mediática.

Voluntad Popular, Guaidó y en definitiva López son en este momento las principales figuras del sector más ultrista de la oposición venezolana. El apoyo de los Estados Unidos a este sector de la derecha venezolana ha sido evidente y cada vez más explicito desde que crearan la figura de Guaidó y lo hicieran, en una calle de Caracas, autoproclamar presidente interino desconociendo la constitución, sus normas y la democracia en el país caribeño. Desde entonces Trump, Pence, Bolton y el enviado especial para Venezuela, Elliott Abrams han marcado la pauta discursiva de los ataques. Las visitas de Pence a varias de las élites gobernantes en la región ha intentado mantener la unidad en el bloque, que como señalaría hace algunas semanas el canciller peruano, los países de la región se encargan de complementar las políticas impulsadas desde los EEUU como las sanciones y bloqueos que hacen parte de la guerra económica que llevan adelante.

Entre enero y el último día de abril del año en curso Guaidó había llevado adelante una serie de anuncios caracterizados por la proclamación de una inminente caída del gobierno bolivariano. Han intentado, en los últimos años, generar un cerco internacional y mediático en la que han tenido relativo éxito. Los gobiernos aliados a la política exterior norteamericana se alinearon en desconocer las últimas elecciones presidenciales, a justificar las sanciones contra la economía venezolana y mediáticamente generaron un aparente clima de desborde humanitario sobre la cual se podría justificar una intervención militar en contra de la constitución. Intentaron en varias ocasiones, pero desde enero último con más ahínco, en generar zozobra entre el pueblo venezolano de cara a que el descontento que se genere derive en una irrupción popular que salvo en barrios como en el exclusivo Altamira en Caracas no ha tenido mayor respuesta. En paralelo con los intentos mencionados, Guaidó ha pretendido dividir a las fuerzas armadas bolivarianas, en alianza con EEUU se atrevieron hasta a ofrecer ‘amnistía’ a los militares que se alineen a su política golpista. Salvo algunos casos específicos la estructura y unidad de las fuerzas militares no se ha visto quebrantada.

Es entonces que los esfuerzos de Guaidó el último 30 de abril parecen más a manotazos de ahogado. Impotente ante el fracaso de sus acciones y las presiones de los mecenas internacionales necesita seguir siendo el centro de la atención y mantener un espíritu expectante entre sus filas. Si le sirvió o no su ultima acción aun esta en desarrollo. Lo que sí es posible señalar es el fino cambio discursivo de Trump sobre el tema. Luego de un dialogo telefónico con Putin en torno a los sucesos del 30A señalaba que coincidía con el presidente ruso en no ‘intervenir’ en los asuntos de Venezuela. Luego de meses señalando que todas opciones estaban sobre la mesa, hacer este cambio revela cierto descontento con la oposición venezolana que no consigue resultados. Sin embargo, en paralelo se ha retomado los ataques a Cuba. La lectura desde la Casa Blanca pareciera ser debilitar a los gobiernos aliados de Venezuela en la región, en esa perspectiva han puesto a Cuba en primer orden y para ello profundizan los mecanismos por los cuales tienen bloqueada la economía cubana desde hace más de 50 años.

En esta disputa por el futuro y la soberanía de los países de la región solo hay victorias y derrotas parciales. Avances en un sentido, retrocesos tácticos en otros. Hay tiempos cortos, tiempos largos. Los tiempos en la región pueden encontrar momentos impensados donde se aceleran. El Perú es un buen ejemplo. La crisis nacional que vive el país ha abierto un escenario de total expectativa: la ultra derecha política aglutinada en el fujimorismo se ha visto seriamente golpeada, tienen a su principal figura electoral tras las rejas. La clase política en general se hunde sin tener de donde salvarse, salvo groseras manipulaciones como la de boicotear reformas mínimas que abran al sistema político excluyente que construyeron, lo que los expone a aun mayores índices de rechazo y de protestas; Los liberales republicanos ante el fiasco al que llevaron al país sus primos neoliberales se empeñan en culpar a las élites y las izquierdas de los dilemas del país. Las izquierdas, o mejor dicho, los sectores antineoliberales y anticapitalistas pueden con un discurso nacional de orden, con perspectiva y sagacidad proponer una alternativa viable a la crisis nacional.

Por Víctor Cárdenas