Dar un breve repaso a la situación del cine limeño en los últimos 10 años es importante para conocer, hasta cierta medida importante, como se está desenvolviendo nuestra historia más contemporánea.
Al parecer existen dos fenómenos que se están dando, al menos en Lima, de manera simultánea con respecto a nuestra coyuntura social y política. El primero es una suerte de intención de «amnesia” combinada con una resistencia legítima a hacer memoria del conflicto armado interno que vivimos. Y el segundo es un anhelo por la movilidad social de características de una cultura construida a partir de un sistema económico neoliberal y de una corriente individualista mundial.
El primer fenómeno ha sido reproducido de manera explícita y por omisión en nuestra cartelera limeña desde poco más de 10 años. Si uno hace una breve comparación entre la cantidad de películas estrenadas en Lima que abordan el tema del conflicto armado interno y las que pueden ser clasificadas en los géneros de comedia o drama social que no toca dicha temática, la diferencia es muy grande en favor de las ultimas. ¿Por qué?
Quizá una primera respuesta sea que un sector importante de la población prefiera «olvidar» un pasado reciente traumático en miras de estar a la par del crecimiento económico nacional de los últimos 15 años. Tomando en cuenta también que el cine funciona como un espacio común de socialización y aprendizaje cultural para las generaciones más jóvenes, que casi no experimentaron el conflicto directamente, es lógico pensar que las producciones cinematográficas limeñas se orienten a priorizar temas que celebren o expresen una realidad ya fuera de crisis sociales como la violencia política, la crisis económica o el colapso de las instituciones del Estado; y que en vez de mirar al pasado, “mire a el futuro”. ¿Habría entonces una intención de reinventar nuestra realidad después del conflicto armado interno?
Películas como «Las malas intenciones», «La teta asustada» o «Paraíso», representan el conflicto armado interno como un evento ya muy lejano, fuera de nuestro alcance, con sus secuelas claro está, pero que al final termina ser un obstáculo superable para vencerse a sí mismo y a la sociedad. Al revés, los personajes de esas películas terminan sus historias con metáforas que anuncian el comienzo de una nueva historia, de la que se sabe poco, dejando atrás el episodio de la violencia política: Fausta en La Teta Asustada ve florecer la flor de papa en su maceta tras curar sus heridas con el pasado, Cayetana en Las Malas Intenciones sale de un centro médico tras visitar a un ser querido de su infancia protegida (aislada) en un nuevo auto blindado con un nuevo chofer (el chofer de su infancia falleció) mientras Lima seguía pintada de arengas a la violencia política y su habitantes más humildes asustados por ello; y Mario, en Paraíso, se aleja en una furgoneta con demás jóvenes en busca de trabajo mientras ve alejarse el AAHH donde creció y donde vivirá su familia, víctima de la violencia política.
Esta intención por olvidar el pasado coincide con un segundo fenómeno que es el de corriente social por el ascenso social por vías de autorrealización o de la acumulación e inversión de riquezas en el mercado nacional. La aparición de los «emprendedores» (o el self made man del que hablaba el historiador Immanuel Wallerstein para nombrar a la nueva «burguesía» en las grandes metrópolis industriales y acumuladoras del capital financiero) la primera década de este siglo y fomentada su aparición en el segundo gobierno de Alan García coincide con el estreno de las películas mencionadas y da pie a la aparición de otras películas de características propias de esta etapa de nuestra historia. ¿Son los personajes de estas películas emprendedores? ¿Son estos personajes representativos de una etapa de nuestra historia económica?
Algunos si, algunos no. Quizá el personaje de Mario en «Paraíso» pueda verse como una suerte de potencial emprendedor aunque más características que lo asemejan a personajes que representaban a migrantes o hijos de migrantes en busca de subsistir en la precariedad de nuestra sociedad.
Un personaje que podría representar al emprendedor arquetípico es Cachin de «Asu mare». De extracción pobre con mucho conocimiento del bagaje cómico popular, logra sortear una serie de vicisitudes personales y sociales (racismo, adicción a las drogas, clasismo) y se inserta un mundo normalmente asociado a sectores mesocráticos (el mundo de los «clown») para convertirse en un tiempo en representante de alguien potencialmente exitoso y reconocido. Casi en ningún momento de la película se hace alusión a la violencia política y más bien la comedia termina de manera clásica y trillada: un hombre pobre se asocia a una mujer rica y las familias logran disipar las tensiones de clase para comulgar y celebrar la unión matrimonial de sus hijos. Nuevamente, el período de la violencia se oculta en pos de mostrar una realidad añorada (¿utópica?) en la que la publicidad de muchas grandes industrias es el paisaje de un futuro de estabilidad social y económica.
Así como «Asu Mare», otras películas también priorizan mostrar una realidad en la que, por omisión, se colige que se vive una estabilidad económica que le permite a sus personajes movilizarse socialmente tras superar algunas dificultades corrientes.
Películas de la productora Tondero como «A los 40», «Locos de amor», «Soltera codiciada» o «Siete Semillas», en la que explícitamente se habla del «emprendedor» son algunas obras en la que la violencia política casi ni menciona o no se menciona del todo y, en cambio, hay una visión cuasi idealizada de nuestra sociedad más reciente en la que se omite representar la alta tasa de desempleo, la inseguridad, los conflictos sociales y todos los rezagos de la crisis económica mundial del 2008. Al contrario, el Perú parece vivir una bonanza económica (discurso preferido de los gobernantes más recientes de la época de la alza en los precios del oro) y así las urgencias de los personajes pasan por problemillas cuasi adolescentes.
Quizá otra película muy expresiva de esta ilusión cinematográfica aparte de «Asu Mare» es «A los 40» en la que los personajes parecen haber borrado de su memoria por completo la violencia política y la crisis económica de finales de los 80. Los personajes parecen vivir la utopía de que «todo tiempo pasado fue mejor» aun cuando eran jóvenes necesariamente tuvieron que experimentar dichos fenómenos de nuestra historia. Nuevamente, la intención de «olvido» de una etapa muy crítica de nuestra historia es persistente.
Vale preguntarse, si el cine funcionara como la única fuente histórica para estudiar nuestro pasado en los próximos 50 años, ¿percibiremos esta época como de bonanza y estabilidad social o como de crisis y de convulsión política?
El cine muchas veces nos ayuda a entender mejor los fenómenos históricos que vivimos. No nos cuenta la realidad, pero nos narra un mundo en el que se representan los anhelos y temores de individuos o colectivos en determinada coyuntura social. Muchas veces el cine puede resultar más efectivo en contarnos todo ello que un libro de historia. Y algunas veces el cine también puede ser una suerte de “reseña” de una gran historia nacional o local.
Por Natividad Pomajambo
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