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La segunda vuelta de la contienda electoral del año 2016 dejó una polarización en la población: fujimorismo vs. antifujimorismo; esto era Keiko Fujimori vs. Pedro Pablo Kuczynski (PPK).

Por un lado, Kuczynski representaba la cara de la derecha peruana tecnócrata y – aparentemente– moderna, aquella de los especialistas en temas principalmente económicos. Del otro lado, estaba Keiko Fujimori. Esta iba representando el espectro de una derecha conformada por sectores sociales y políticos que se vio beneficiada con los ajustes en la economía, abandonando la intervención estatal en la economía y las políticas de liberalización de los mercados en actividades informales e ilegales, que se beneficiaron de la flexibilización laboral y de la minúscula regulación económica en las regiones del Perú.

Ante este escenario de polarización, distintos sectores de la prensa mediática tomaban una posición antifujimorista con lo que hacían una fuerte incidencia en la opinión pública. Finalmente, PPK ganó las elecciones. Era el Presidente del Perú. Lo presentaban como un tecnócrata de lujo al que debíamos considerar un honor que fuera nuestro presidente por su trayectoria como especialista en distintos instituciones nacionales e internacionales.

Para entrado el año 2017, Kuczynski demostraba debilidad para gobernar. Tuvo que reunirse con Keiko Fujimori y Kenji Fujimori. La foto en que aparecen ambos candidatos que polarizaron al electorado un año atrás con la venia del, entonces, Cardenal Juan Luis Cipriani; y las reuniones con Kenji Fujimori previas al indulto (que, al parecer, fue pactado). Estos acuerdos se reflejaron en el slogan de gobierno de PPK, de la “reconciliación” una vez ejecutado el indulto a Alberto Fujimori. Sin embargo, los escándalos por corrupción en el caso Odebrecht involucraban al tecnócrata y ya le quitaban el yeso a la figura de presidente de lujo para que pase a “descansar” de la política, como si se tratara de la edad y no de la incapacidad política o de los casos de corrupción.

De inmediato, Martín Vizcarra asume la presidencia. El perfil de Vizcarra era diferente. Estaba menos relacionado a las instituciones extranjeras y, por ende, al capital extranjero. Además, su experiencia de Presidente Regional de Moquegua le caracterizaba distinta al de la tecnocracia limeña que representaba PPK. Al verse presionado por el fujimorismo durante los primeros meses de gobierno y viendo que era una oposición que no le permitía gobernar, el presidente decide enfrentarlo y no seguir el mismo guión que su antecesor.

Impulsó un referéndum cuyo contenido era un paquete de reformas políticas y del sistema judicial como respuesta a una serie de movilizaciones ciudadanas levantando la bandera anticorrupción y que demandaban transparencia en los casos de Odebrecht. De inmediato, Martín Vizcarra tuvo aceptación en sus medidas políticas y tenía respaldo incluso desde sectores de la izquierda que se entusiasmaron con la noticia.

El referéndum triunfó. Se aprobaron los cambios en el Consejo Nacional de la Magistratura por una Junta Nacional de Justicia, que elige por meritocracia a jueces; cambios en el financiamiento de las organizaciones políticas; la no reelección de congresistas fueran votados por una abrumadora mayoría, más del 80% del electorado había respaldado las reformas.

Con esto, Martín Vizcarra quedaba como ganador en esa disputa con el fujimorismo. Aquella fuerza política había conseguido 73 canales en el Parlamento y que se sentía como la fuerza con mayor respaldo social en el Perú sufría una derrota que, en el transcurso, tuvo el retorno a prisión de Alberto Fujimori porque el Poder Judicial negó el indulto (por su carácter político y no humanitario) y la prisión preventiva de Keiko Fujimori.

Frente a este escenario, las organizaciones políticas de izquierda y los movimientos sociales han demostrado limitaciones para ser alternativa en la disputa de poder. A nivel social, de bases, las elecciones municipales y regionales no han sido una posibilidad de relanzar un proyecto alternativo al de la derecha. Los movimientos y organizaciones de izquierda han ganado en pocas regiones aun cuando la derecha pasaba por una crisis política. La izquierda no ha podido ser capaz de encarnar y movilizar las demandas y voluntades de los sectores populares y ciudadanos del país.

Por esta razón, ante el escenario del continuismo neoliberal con las costas políticas en la baraja de los grupos de poder económico y empresarial, las organizaciones y fuerzas políticas de izquierda, los movimientos sociales, sindicales necesitan fundirse en un programa de consenso político para disputar a la derecha. Así mismo, reincorporarse en el tejido social y las bases que está dejando de lado el fujimorismo por estar dividido y por el retroceso en la hegemonía que le ha propinado a sus otrora amigos en la década de los 90’s.  Es, desde aquellas instancias, en que pueda surgir una estrategia política que signifique tener hegemonía en la sociedad y poder de administración en el Estado. La tarea fundamental de la izquierda está en construir ese instrumento político que sea de la gente y para la gente.

Por Andrés Moreno