En los albores del siglo XX Manuel Gonzales Prada levantaba una voz de rebeldía ante un Perú que había tocado fondo luego de la guerra del salitre. La incapacidad de las élites gobernantes había hecho implosionar al país arrastrándolo a su peor momento de los años republicanos hasta entonces.
Desde que en 1990 un grupo de astutos improvisados ganaran el gobierno nacional a una vieja derecha, que desbaratada en su intento renovador termino siendo uno de sus componentes principales, y que junto a los residuos decadentes de un sector de las fuerzas armadas conformaran el auroreal fujimorismo que nos llevaría a terminar presenciando en televisión nacional a uno de los gobiernos más corrompidos del mundo, pareciera nos costara salir de ese fango. El fracaso de la transición democrática es muestra evidente de ello. Tan es así que no tuvieron que pasar muchos años para que los herederos directos del dictador pretendieran de nuevo instalarse en la conducción del gobierno. La democracia neoliberal a la que obligaron a los peruanos y los valores que exacerbó el tridente en el poder, y continuaran luego los gobiernos sucesivos, son hoy el motor principal de la decadencia en el país.
La supremacía de una democracia restringida, y un Estado apocado y capturado por corrompidos locales y nacionales, con socios extranjeros también, es lo que compone hoy el paisaje político. El contenido principal de los medios de comunicación de mayor alcance nacional, que por una parte monopolizan hacia las derechas las posiciones políticas y que por otra parte producen, si el castellano nos permite usar ese término, programas con un nulo contenido si no educativo al menos fomentador de contenidos más humanistas y menos mercantilistas, calzan a perfección con el status quo. A eso se suma la sensación generalizada de desorden en el país; los que tienen que hacer justicia hacen lo contrario, los que nos tienen que proteger nos roban, los que nos tienen que educar nos estafan, etc. Aquello termina siendo más que nada producto de una perspectiva: la que concibe al Perú como una chacra y no como un país.
La transición fue una oportunidad de recuperarnos como país. Sin embargo, una vez más la incapacidad de las élites nos arrastró al piloto automático de la decadencia. Las izquierdas de entonces venían con dos heridas profundas: el papel desarticulador, y hasta exterminador, en el tejido social que tuvo la guerra; y por otra parte, la desarticulación de las bases tradicionales ancladas en los trabajadores estatales y los sindicatos industriales que la democracia neoliberal se encargó de desmantelar. Aun así, los pueblos del Perú rugieron y se trajeron abajo la dictadura, no pudiendo en tanto instalar una democracia participativa en vez de la que terminó persistiendo.
De ese tiempo a esta parte las calles han ido creciendo y en ocasiones han puesto en jaque las políticas que han pretendido profundizar el status quo. La transición fracasada, el Acuerdo Nacional desecho, el descontento, el apogeo de los corrompidos, la escasa solvencia de las élites para con las ideas de un proyecto de país, entre otras cosas, forman parte de la crisis nacional en la que nos encontramos. La resolución de la crisis de hoy esta por disputarse palmo a palmo en los territorios. Es tiempo de terminar con este quilombo de bribones y cacasenos en el Perú. Toca traer la voz rebelde de un Gonzales Prada en otras miles de voces más. La última transición fracasó, pero siempre hay otra oportunidad.
Por Víctor Cárdenas
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