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El presidente de los EEUU ha anunciado en un reciente acto político en Miami que el socialismo ha llegado a su fin en el continente. Coherente con lo peor de la tradición intervencionista y belicista ha asumido crecientemente un papel protagónico en el asedio a Venezuela y su constitución. Ha manifestado también su lealtad a la propaganda al estilo Goebbels que lo inspira en su batalla contra el país llanero.

El socialismo no ha llegado a su fin, el socialismo recién empieza. Es útil aclarar que por socialismo entendemos la aspiración hecha voluntad política de las banderas de una sociedad sin clases sociales, sin colonialismos ni patriarcados; su forma política es la democracia de participación plena, y las democracias se construyen sobre la tradición de los territorios de los países. Esto es, que es irrepetible entre país y país. No existe algo llamado el modelo fulano o mengano que pueda ser copiado, y eso los peruanos lo saben desde hace casi un siglo cuando un perspicaz Mariátegui ensayaba ideas para un socialismo libertario peruano.

Es ese horizonte humano que sigue –contrario a las elucubraciones de Trump– vigente y germinal para los pueblos de nuestra región. La humanidad en la era del antropoceno requiere sociedades postcapitalistas para encaminarse y resolver los grandes problemas estructurales del globo. En esa tarea la tradición socialista puede aportar mucho. Hoy en la región, entre las fuerzas de la democracia, sin dudas, hay también banderas socialistas y libertarias, que luchan por derechos sociales y un mundo nuevo en medio del escenario de disputa que es América Latina hoy.

Es en medio de esta disputa que llegan las afirmaciones histriónicas de Trump en apoyo al papel que las élites vienen teniendo en el asedio a Venezuela, alentando la intervención militar. En ese sentido hemos escuchado al presidente de Chile anunciar su viaje a la ciudad de Cúcuta, en la frontera entre Colombia y Venezuela, para apoyar la entrega de la “ayuda humanitaria”. Acompañado a eso han organizado un concierto/propaganda que busca darle color al gris ambiente belicista que se vive, generado por ellos, en la frontera. Estos gestos, si bien por un lado expresan la voluntad colectiva de las élites por aplastar cualquier gobierno que les sea incómodos, expresan también de manera irresponsable su desafección por la democracia y el dialogo. Así están las élites latinoamericanas hoy, temerarias e irresponsables.

En el Perú no estamos ajenos al tema. Si bien el gobierno de Vizcarra ha demostrado no tener criterio propio en lo que a política exterior se refiere y ha dejado en manos del canciller Popolizio todo lo referente al tema, el papel del canciller viene siendo penoso porque ha subordinado la cancillería peruana bajo la política exterior estadounidense.

La causa guerrerista de la ultra derecha venezolana y el gobierno de Trump ha arrastrado a fujimoristas, apristas, seudo liberales, buena parte de los medios de comunicación y demás expresiones conservadoras tras su lógica. Signo rechazable de aquello son las irresponsables declaraciones que emitió hace unas semanas en televisión nacional una vocera de la oposición ultrista venezolana, con la anuencia de su entrevistador, comparando la situación de Venezuela con la etapa de la guerra contra el terrorismo que sufrió el país. Comparaciones forzadas y hechas para justificar lo injustificable resultan una falta de respeto para las miles y miles de familias peruanas que aun tienen muertos que enterrar y desaparecidos que encontrar. En otro contexto aquella falta de respeto no sería tolerado, y seria la cancillería la primera que intentar aclarar la situación, pero hoy bajo la conducción de Popolizio eso no es posible. Se requiere un canciller para la defensa de la paz, no para la defensa de la guerra.

Por Víctor Cárdenas