Por Víctor Cárdenas
Desde Colombia Humana y a través de su vocero Gustavo Petro han señalado que la batalla por la democracia y en contra la guerra que impulsa EEUU y las élites de la región en Venezuela, debiera ser una lucha del continente.
Esta idea de una lucha articulada, sin duda, es un gran acierto de llevarse adelante. En los últimos años las élites han ido articulándose alrededor de la ofensiva conservadora que fue generándose en una serie de países que habían experimentado procesos de cambio de diferentes tonalidades. No en tanto que los sectores anticonservadores fueron quitándole el peso estratégico a sus propios espacios de encuentro, llámese el Foro de São Paulo, el Alba de los pueblos, etc. Estas plataformas dieron mayor peso a lo declarativo que a lo práctico. Frentes de lucha tan importantes como el comunicacional, el cultural, el económico no profundizaron lo suficiente y en varios casos la valoración sobre el peso estratégico de éstos no era unánime. Todo aquello requiere ser revertido decididamente si de construir democracias postneoliberales se trata. O al menos de tener esa posibilidad abierta en nuestro continente.
En caso de una intervención militar a Venezuela el pueblo colombiano sufriría graves consecuencias en su política interna. Al convertir Colombia en el principal punto de abastecimiento para posibles fuerzas invasoras esta llevará a una polarización sin precedentes en éste hermano país. Los esfuerzos por lograr la paz a través de los acuerdos con las FARC, los intentos con el ELN, etc. quedarían truncos dado que una invasión a Venezuela fortalecería al paramilitarismo en Colombia, ya que éstos, a modo de mercenarios, serían grupos de apoyo a la política guerrerista que impulsa EEUU en la región. Una agresión militar a Venezuela entonces trae abajo los esfuerzos por la paz en Colombia. De aquella lectura parte la iniciativa de Colombia Humana por hacer de la batalla contra la guerra una bandera de los pueblos del continente.
No es difícil suponer el drama de la guerra para los demás países de la región. Por ello, coincidir en hacer de la batalla por la paz una bandera del continente es una prioridad para los demócratas y libertarios de ésta parte del mundo. Ya en las últimas semanas hemos visto como se han ido alineando las diferentes élites de los países occidentales que a pesar de las profundas crisis que viven sus democracias neoliberales persisten en el garrote contra sus ciudadanos y en vociferar, con intereses subrepticios, sobre la democracia venezolana. El África haciendo muestra de su autonomía y dignidad ha apoyado el orden constitucional, el derecho internacional y la defensa de la paz en Venezuela. Asía, en específico China, consciente del papel que hoy le toca jugar en la política internacional también se ha pronunciado por la paz. Rusia, desde su rol como segunda potencia militar del planeta de igual manera ha tomado partido por la paz y por preservar un creciente orden internacional multipolar. Las muestras de solidaridad a lo largo de todo el mundo con la resistencia y la democracia venezolana por parte de los diferentes pueblos es una buena señal para la paz; y valga decirlo, también para el futuro de nuestro globo. En estas arenas se está jugando este partido.
El Perú –el león dormido de ésta parte del mundo– no es ajeno, desde su posición en el corazón de Sudamérica puede jugar un rol activo en la batalla por la paz y el futuro. El país vive hoy una profunda crisis nacional que las élites, en su incapacidad dirigente y el fracaso de su democracia neoliberal, han provocado; y superar aquello para transitar a una democracia de participación plena es tarea únicamente de los pueblos del Perú. De ese modo entonces, lo primero es avanzar con éxito a consolidar ese espíritu en los ciudadanos de que salir de la crisis nacional requiere una refundación constitucional de nuestra república. Una reforma integral del Estado y los objetivos de éste; no más corrupción ni abuso neoliberal. Lo segundo, y en lo inmediato, sumarse y contribuir decididamente en espacios o plataformas de articulación que se dan en la región de batalla contra las élites. Reforzar las existentes, promoverlas donde no existan y romper con la tradición declarativa de los últimos años. Se requieren grandes acuerdos: intercambios permanentes de lecturas, pasantías constantes entre los pueblos y sus organizaciones, plataformas comunicacionales comunes, reflexiones conjuntas sobre una economía alternativa y articuladora de la región, comités de solidaridad y por la paz, etc. El Perú puede y debe jugar este rol decididamente. La paz está en juego, toca despertar al león.
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