Por Víctor Cárdenas
Las élites del continente, acostumbradas a su incapacidad y su falta de estirpe dirigente, vienen volviendo a convertir de manera acelerada a la región en una zona bajo la sombra de la agresiva política exterior estadounidense. Y cometen un grave error que solo parecieran percibir algunas de sus voces lucidas.
Estas élites a lo largo del tiempo han demostrado su débil autonomía para desarrollar una política exterior latinoamericanista. Han asumido sin reflexión propia paradigmas que les son útiles a mantener determinados privilegios, ya sea pagar menos impuestos, lucrar con los bienes públicos, hacer negociados con el dinero de todos, corromper las instituciones y la sociedad naturalizando taras que no contribuyen al desarrollo nacional, etc. De ese modo desde hace décadas en la región empezaron a instalar democracias neoliberales como parte de un reequilibrio de poder entre la élite y los ciudadanos a través de sus diversas formas organizativas.
Ese reequilibrio de poder entre la élite y los ciudadanos resultaba a favor de los primeros. Empezaron de ese modo a desmantelar todo lo público y organizaron una feria interminable de compra y venta de sectores estratégicos de la sociedad como la soberanía sobre los recursos naturales del país, el lucro sobre el sistema de salud y educación, empresas públicas quebradas para luego ser vendidas a precios subvalorados con corrupción de por medio, etc. Las democracias neoliberales en nuestra región son un festín para el insaciable apetito de las élites; una suma de frustraciones para los ciudadanos, y el olvido inducido de proyecto alguno de desarrollo del país.
El problema de estos últimos tiempos ocurre cuando los más férreos países promotores de las democracias neoliberales empiezan a verse cuestionados hacia la interna y la trama política le quita el aparente brillo que durante décadas las élites pretendían demostrar de su modelo en el planeta. Cuando esto ocurre, como está sucediendo en EEUU y Reino Unido por ejemplo, las élites entran en pánico ya que de una manera u otra se genera una orfandad en la conducción e influencia sobre las democracias neoliberales de la región.
Eso es lo que ha venido ocurriendo desde que Trump como fenómeno político y social ha venido expresando el descontento de la sociedad estadounidense con respecto a la globalización neoliberal que ha llevado –entre otras cosas– a que las élites trasladen las industrias a países donde el costo de la fuerza laboral les permiten incrementar el lucro, aún a costa de desindustrializar al país y dejar a grandes franjas de trabajadores sin sus puestos laborales. La explicación al descontento por parte de los ultra conservadores es la de, por ejemplo, culpar a los migrantes como el principal factor del declive económico y la decadencia social que perciben estas franjas sociales. Por otra parte, la explicación al descontento que hacen los sectores antineoliberales es la de parar con el control que las élites y los monopolios ejercen sobre el Estado, y para ello se demanda la recuperación de lo público como derecho social y no como mercancía como en el caso de la salud y la educación.
De ese modo, hace un par de año, mientras los gobiernos de la región apuraban los plazos para la firma del TPP –que no significaba otra cosa que extender y afianzar la globalización neoliberal– en los EEUU al ocurrir el cambio de gobierno de Obama a Trump, éste inmediatamente se trajo abajo los avances de dicho tratado. Las élites de la región quedaron plantadas por los principales beneficiarios e impulsores de los acuerdos del TPP.
Empezaron así a hacerse evidente algunas contradicciones que es necesario notar. Mientras los gobiernos en la región intentan salir de las crisis que atraviesan profundizando el modelo; los países donde el nivel de desarrollo y profundización de las democracias neoliberales son mayores vienen haciendo cosas en sentido contrario: Trump burlándose de la OMC, iniciando una guerra comercial a China, por otra parte el Brexit, etc. son eventos que cuestionan la arquitectura de la globalización neoliberal.
Es necesario notar que si bien hay sectores conservadores que cuestionan aspectos centrales de las democracias neoliberales, como el estilo de globalización que ha impulsado durante décadas, no existe, al menos por ahora, alguna salida que pueda recomponer al modelo desde una perspectiva que no pretenda modificar la forma de cómo se desarrollan las actividades industriales y productivas de los países. En otras palabras, no conocemos en el mundo alguna salida real al neoliberalismo desde el liberalismo mismo; una salida como lo fue en su momento la democracia neoliberal al ser una forma de recomponer las viejas democracias liberales que se estaban agotando. Hoy el neoliberalismo en el mundo hace agua y no hay –desde quienes se privilegian del modelo– alguna alternativa posible que pueda conseguir el consenso de las sociedades. Lo que han venido demostrando es que la única vía posible es seguir extendiendo la democracia neoliberal y los problemas irresolubles que ella acarrea, aún si para ello es necesario reprimir a los ciudadanos y precarizar a los trabajadores.
Las élites de la región, acostumbradas a hacer seguidismo, ya no saben a quién seguir: Trump les es un problema porque impulsa una política proteccionista y los chinos hoy defensores del libre mercado no les generan confianza. Si bien siguen bajo la sombra de la política exterior de los EEUU que define quienes deben ser catalogados como amigos o enemigos en el mundo, el horizonte de sus políticas económicas carece hoy de norte alguno. Las élites sin norte, y reproduciendo un modelo que durante décadas no ha logrado resolver ninguno de los problemas sociales fundamentales de Latinoamérica han venido ensayando salidas políticas que podríamos denominar como ‘centristas’. Estas opciones optan por construir un relato que intenta recoger el descontento en un programa político a desarrollar bajo la arquitectura de la democracia neoliberal; y dado que para los problemas que generan descontento ni el neoliberalismo más maduro puede solucionar se termina generando frustración en los ciudadanos y optando éstos por salidas cada vez más polarizantes. Ese es el drama del centro político hoy en el mundo, que incapaz de resolver los problemas de las crisis de las democracias neoliberales vienen perdiendo espacios en la escena política y en su lugar emergen rápidamente otras fuerzas productos del descontento y el descreimiento al status quo.
¿Es posible que la crisis nacional que vive el Perú se resuelva a través de una vía liberal? Lo que pasa en el mundo nos indica que no, al menos no para el mediano ni largo plazo. Resolver en serio la crisis nacional requiere superar definitivamente la actual democracia neoliberal, hacerle frente a la cultura de la corrupción en todos los niveles, empezar a cimentar una economía diversificada, fortalecer el sistema de salud y educación garantizando universalidad y calidad entre otras cosas más. Para ello se requiere ser firmes ante las élites que ven con espanto cualquier iniciativa de cambio, ante las presiones de la política internacional y la necesidad de contar con el compromiso activo de todos los peruanos en los objetivos colectivos. Y no hay liberales para eso en el Perú, y valga decir, ni en el mundo. Por lo que una salida de centro a la crisis nacional es solo un poco de oxígeno para un modelo que cada vez le es difícil respirar en todos los países donde existe.
Si bien las salidas de centro cuando las sociedades se polarizan resultan atractivas, estas solo logran cerrar crisis cuando levantan proyectos alternativos o reactualizadores al modelo en decadencia. Cuando no son capaces de hacerlo la frustración que generan polariza aún más a las sociedades, paso con el fracaso del programa de Obama en EEUU, lo mismo con el programa de Bachelet en Chile, con el Humala centrista que quiso ser luego de abandonar su programa inicial, y recientemente con Macron en Francia y su impotencia por dar soluciones que no impliquen más neoliberalismo. La vía liberal como salida a las crisis de las democracias neoliberales tienen el problema de estar encerradas en una jaula de hierro de la que no quieren ni es posible, en su lógica, abandonar.
En la primera mitad del siglo pasado se hablaba de que la humanidad se enfrentaba a tomar uno de dos caminos: socialismo o barbarie. La barbarie logró reinventarse, esta vez parece que ya no puede más. El resto es historia por escribir.
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